Mario Benedetti "Conciliar el sueño"
Lo que ocurre, doctor, es que en mi
caso, los sueños vienen por ciclos temáticos. Hubo una
época en la que soñaba con inundaciones. De pronto los
ríos se desbordaban y anegaban los campos, las calles, las casas y hasta
mi propia cama. Fíjense que en mis sueños aprendía a nadar
y gracias a eso sobreviví a las catástrofes naturales.
Lamentablemente, esa habilidad tuvo una vigencia sólo onírica, ya
que un tiempo después pretendí ejercerla, totalmente despierto,
en la piscina de un hotel y estuve a punto de ahogarme.
Luego vino un periódo en que soñé con aviones. Más
bien, con un solo avión, porque siempre era el mismo. La azafata era
feúcha y me trataba mal. A todos les daba champan, menos a mí. Le
pregunté por qué y ella me miró con un rencor largamente
prolongado y me contestó: «Vos sabés bien por qué». Me
sorprendió tanto aquel tuteo que casi me despierto. Además, no
imaginaba a qué podía referirse. En esa duda estaba cuando el
avión cayó en un pozo de aire y la azafata feúcha se
desparramó en el pasillo, de tal manera que la minifalda se le
subió y pude comprobar que abajo no llevaba nada. Fue precisamente
ahí cuando me desperté, y, para mi sorpresa, no estaba en mi cama
de siempre sino en un avión, fila 7 asiento D, y una azafata con rostro
de Gioconda me ofrecía en inglés básico una copa de
champán. Como ve, doctor, a veces los sueños son mejores que la
realidad y también viceversa. ¿Recuerda lo que dijo Kant? «El sueño
es un arte poético involuntario.»
En otra etapa soñé reiteradamente con hijos. Hijos que eran
míos. Yo que soy soltero y no los tengo ni siquiera naturales. Con el
mundo como está. Me parece un acto irresponsable concebir nuevos seres.
¿Usted tiene hijos? ¿Cinco? Excuse me. A veces digo cada pavada.
Los niños de mis sueños eran bastante pequeños. Algunos
gateaban y otros se pasaban la vida en el baño. Al parecer, eran
huérfanos de madre, ya que ella jamás aparecía y los
niños no habían aprendido a decir mamá. En realidad,
tampoco me decían papá, sino que en su media lengua me
decían «turco». Tan luego a mí, que vengo de abuelos
coruñeses y bisabuelos lucenses. «Turco vení», «Turco, quero la
papa», «Turco, me hice pipí». En uno de esos sueños, bajaba yo
por una escalera medio rota, y zas, me caí. Entonces el mayorcito de mis
nenes me miró sin piedad y dijo: «Turco, jodete». Ya era demasiado,
así que desperté de apuro a mi realidad sin angelitos.
En un ciclo posterior de fútbol soñado, siempre jugué de
guardameta o golero o portero o goalkeeper o arquero. Cuántos nombres
para una sola calamidad. Siempre había llovido antes del partido,
así que las canchas estaban húmedas y era inevitable que frente a
la portería se formara un laguito. Entonces aparecía algún
delantero que me fusilaba con ganas y en primera instancia yo atajaba, pero en
segunda instancia la pelota mojada se escabullía de mis guantes y pasaba
muy oronda la línea de gol. A esa altura del partido (nunca mejor
dicho), yo anhelaba con fervor despertarme, pero todavía me faltaba
escuchar cómo la tribuna a mis espaldas me gritaba unánimemente:
traidor, vendido, cuánto te pagaron y otras menudencias.
En los últimos tiempos mis aventuras nocturnas han siso invadidas por el
cine. No por el cine de ahora, tan venido a menos, sino por el de antes,
aquél que nos conmovía y se afincaba en nuestras vidas con
rostros y actitudes que eran paradigmas. Yo me dedico a soñar con
actrices. Y qué actrices: digamos Marilyn Monroe, Claudia Cardinale,
Harriet Anderson, Sonia Braga, Catherine Deneuve, Anouk Aimée, Liv Ullmann,
Glenda Jackson y otras maravillas. (A los actores, mi Morfeo no les otorga
visa.) Como ve, doctor, la mayoría son veteranas o ya no están,
pero yo las sueño como aparecían en las películas de
entonces. Verbigracia, cuando le digo a Claudia Cardinale, no se trata de la de
ahora (que no está mal) sino la de La ragazza con la valiglia, cuando
tenía 21. Marilyn, por ejemplo, se me acerca y me dice en un tono
tiernamente confidencial: «I don't love Kennedy. I love you. Only you». Sepa
usted que en mis sueños las actrices hablan a veces en versión
subtitulada y otras veces dobladas al castellano. Yo prefiero los
subtítulos, ya que una voz como la de Glenda Jackson o la de Catherine
Deneuve son insustituibles.
Bueno, en realidad vine a consultarle porque anoche soñé con
Anouk Aimée, no la de ahora (que tampoco está mal) sino la de
Montparnasse 19, cuando tenía unos fabulosos 26 años. No piense
mal. No la toqué ni me tocó. Simplemente se asomó por una
ventana de mi estudio y sólo dijo (versión doblada):
«Mañana de noche vendré a verte, pero no a tu estudio sino a tu
cama. No lo olvides». Como voy a olvidarlo. Lo que yo quisiera saber, doctor,
es si los preservativos que compro en la farmacia me servirán en
sueños. Porque ¿sabe? no quisiera
dejarla embarazada.